sábado, 25 de febrero de 2012

El infinito siempre es poco.

Me acuerdo perfectamente cómo el mundo se empezó a acelerar en aquel instante. Podría contar cada detalle de cómo venías hacia mí por esa calle iluminada por viejas farolas y que estaba decorada entera por luces de colores. Me acuerdo cómo me derretía con cada paso que dabas acercándote. Tú vestida de princesa, y yo de  insignificante ciudadano que respira de tu aliento. Recuerdo cómo dijiste que <<éramos opuestos>>, y siempre te recordaré esa frase adversativa de: <<pero complementarios>>. Tu sonrisa siempre me dio razones para quererte, para volar más arriba. Y ahora, verte despertar cada mañana entre sábanas blancas es lo único que necesito. Levantarme. Acariciarte el pelo y decirte un te quiero distinto, como nosotros. Quería decirte que me encanta salir cada mañana con tu rojo de labios en mi boca. Recuerdo aquella tira de imágenes que nos hicimos en el fotomatón. Recuerdo cada vestido que llevas, cada beso, y cada mirada. Recuerdo tus ojos de ayer, los de hoy y no imagino lo que puedo llegar a querer los de mañana. Hay cosas insignificantes que no recuerdo. ¿Mi nombre? Mi nombre es el tuyo. Lo que sí que recuerdo es aquel día que nos prometimos tanto: tú despertaste entre mis sábanas favoritas, con mi sonrisa favorita, como siempre. Nunca he sabido el por qué pero te conté mi pequeño gran deseo:


-Quiero vivir esto todos y cada uno de los días de mi vida.
-¿Solo eso?
-No- recapacité. -Eso es poco, muy poco.
-Entonces, ¿cuánto?- y jugabas con las sábanas, con el tiempo y con el amor.
-Infinitamente, quiero quererte de aquí al infinito.
-Cariño, eso sigue siendo poco. Hace mucho tiempo que nuestro amor dejó de ser esclavo del tiempo. El infinito ya nos sabe a poco