martes, 7 de junio de 2011

Amor, perdona si te llamo así.

Es Ella.
Lo sé, lo supe y lo sabré siempre
Ella. Creadora de sueños,
creadora del mundo,
de todos los objetos
y la creadora de todos los tiempos
del verbo amar:
amé, amo, amaré.
Ella, ilógica, diferente
e impredicible.
Naúfraga de sonrisas,
capitana del barco al que llamo
felicidad.
La veo, y algo
extraño ocurre, dentro
de mí, en mi cuerpo,
que es su cuerpo.
Porque sin quererlo, pertenezco
a Ella. Algo divino, fuera de lo
común. Se cruzan nuestras miradas
y ¡plaf! aunque sea suya,
pone cara de mía. Yo lo sé,
y Ella, ¿Ella?...
también.
Sabe que se muere por mí,
que quiere volver a caer,
en esa espiral sin sentido,
de locura insaciable, de besos
que arreglan, inevitablemente, el mundo.
Ella lo sabe, que aunque sea suya,
es mía, o por lo menos,
acabará siéndolo.
Mía. Ella.
Siempre. En el espacio intemporal,
al que algunos llaman amor.

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