miércoles, 25 de abril de 2012

Amor, perdona si te hice añicos.

Dormían en la misma cama, pero eran como desconocidos. La vida les había dado todo, y ellos se habían deshecho de ese ''todo''. Él, no sabía más que centrarse en su gran empresa y en las acciones de la bolsa. Ella, toda una ''it girl'' que fingía ser feliz. Ninguno se paraba a pensar en qué situación estaban. Ninguno admitía que se les había acabado el amor. Porque eso no sucede de un día para otro. No te levantas un día y decides no querer a la persona por la que ayer dabas tu vida. Simplemente, sucede. Poco a poco. Como la vida, que se va apagando. Ellos eran todo un éxito en eso del amor. Pedían la Luna más cerca e, instantáneamente, la Luna estaba más cerca. Ella sonreía, él sonreía, se miraban, y después esa puta sensación de que tenían el mundo bajo sus pies. No, su amor no era de novela. Ellos habían superado con creces que alguien escribiera su historia. Las palabras no podían transmitir tanto sentimiento. Luego juraron amor eterno, como muchas parejas hacen. Pero su promesa se quebrantó, como tantas otras. Ahora la Luna ya no les hace caso, y su amor es como el humo de sus cigarrillos, que se escapa poco a poco y al final acaba confundiéndose con el aire que respiras.
Ya no valían las rosas, ni los regalos caros, ni si compraran la Luna. La vida enseña, a veces, una lección verdaderamente útil: hay cosas que es mejor perder. Las estrellas también se queman, se caen, y mueren. Y, muchas veces, no se puede resucitar de las cenizas. Él ahogaba el fuego de la pasión con su secretaria, y ella con su personal trainer. Y habían llegado a un punto en el que tenían miedo a enfrentarse a la realidad. Tenían miedo a que la vida no les correspondiera con la misma felicidad de hacía unos años. Sin embargo, siempre es uno el que ya no puede sostener la situación, el que ya no se toma a la ligera el rumbo de su vida y él, a la vuelta del trabajo descubre una nota en casa:

Cariño (sé que hace tiempo que no te llamo así, pero para mí siempre serás el mismo),

Hemos descuidado nuestro amor. Ahora estarás pensando que siempre hemos sido así, que no hay nada distinto, pero ya no te acordarás de aquellos tiempos en los que salíamos a la calle y la gente nos miraba con envidia, aquellas veces que la gente mataba por sentir algo como lo que sentíamos. Ya no somos los mismos, ya no nos besamos, ni hacemos el amor. Ni siquiera compartimos un par de frases todos los días y cuatro regalos al año en fechas especiales. Quería que supieras que no va a haber nadie tan grande como tú en mi vida, nadie que ocupe tanto espacio en mis sentimientos y tampoco va a haber otro que me haga olvidar que existe un reloj, que me haga olvidar que pasan los segundos cuando me besa. Pero no puedo más, ni yo ni tú. No es culpa de ninguno, sino del descuido y de la vida. El tiempo sí que pasa ahora, y ya no me haces olvidarlo, como yo a ti tampoco.
No hay más. Me voy con mi tarjeta a otra parte. 


Te aseguro que no te culpo,


Siempre tuya. Siempre mío, pero en el olvido.


Te quiere,  

Tu mujer.

Y, así, es como un amor se rompe. Rompiendo promesas, olvidando besos, ''te quieros'' y todo un pasado al que antes se agarraban. Él lloró, lloró muchísimo. Pero acabó ahogando sus penas en el vaso de güisqui y desfogándose con aquella joven secretaria. Ella, en cambio, viajó. Conoció mundo, hombres, mujeres, pero nada más. La historia quedó así, excepto cada San Valentín, en el que ella, estuviera en el sitio que estuviese, mandaba un obsequio a aquel apartamento donde fue feliz un día, con la misma nota de cada 14 de Febrero: ''Siempre tuya. Siempre mío''. Y, junto a esas palabras, un deseo interminable de que su marido siguiera siendo feliz. Eso es lo que a ella le hacía feliz. Eso, y conocer mundo.

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