jueves, 13 de octubre de 2011

Dream can be real

Noche de primavera. Tranquila, dulce. Noche con ansias de fumarse el aire impregnado de matices veraniegos. Ella, imperecedera, se muestra ante él, frágil, tierna, despojándose de su suculenta esencia de Diosa para regresar al mundo de lo visible. Su piel le da brillo a la luna que se vislumbra a lo lejos de un recóndito ventanal. Él, mortal, intenta aceptar tanta perfección a través de sus férreos ojos acostumbrados a la imperfección. Tembloroso, excitado, sobrecogido y a la vez valiente, decide adelantar un pequeño paso, inútil para la distancia que les separa. Una habitación enorme, salpicada de etéreos fragmentos de luz que desprende aquella chica de cabellos infinitos. Olor a lujuria, a pasión, a encontrar miradas que se cruzaron en la eternidad de lo inteligible. Allí, en aquel momento, el devenir había cruzado sus caminos y su distancia ahora era milímetros. Sensación de dulzura, de besos que encerraban el infinito en aquella tenue habitación e impedían extenderse a la eternidad a más tiempo del que necesitaban. Una, dos, tres caricias. Y, seguidamente, dos cuerpos que se unen, que se aman momentáneamente más que nunca. Los sueños, por así decirlo, es una proyección mental de nuestro subconsciente, y, lo más seguro es que nunca es imposible hacerlos realidad.

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