jueves, 24 de noviembre de 2011

Siento, luego existo.

Sábanas blancas, ágiles, etéreas y sedosas, que son portadoras de secretos. Y dos cuerpos echados, desordenados y contrastados. Calma. Amor, mucho amor. Infinito amor. Ruge una vela al fondo de las cuatro paredes. Y una música lejana baila ligeramente. Labios, unidos intermitentemente, que hablan:

-Ya sé qué es lo que me mantiene aquí.
-¿Cómo lo que te mantiene aquí?- sonríe dudosa- No te entiendo muy bien...
-¡Sí!-se levanta de la cama, exhausto, irradia felicidad plena- Lo que hace que esté aquí y no allí, que no esté viviendo en Nueva York, Londres o en una casa perdida en alguna ladera de algún escarpado monte.

Ella juega con la mirada y con las sábanas. Sonrisas que describen sentimientos. Y, cuando sonríen, se ve la piel ya afectada por el paso del reloj, de los años. 

-Sigo sin entenderte bien. ¿¡Qué tiene que ver eso ahora!?
-Pues que la gente sigue diciéndome que perdí la cabeza, que cómo no acepté aquel trabajo cuando tenía 20 años, ¡hubiera sido uno de los hombres más ricos y famosos!.
-¡No exageres con tus aventurillas! Todos hemos tenido que renunciar a algo alguna vez y tú renunciaste a eso simplemente porque aquí está tu vida, aquí has nacido, aquí has crecido y aquí tienes a toda tu familia.
-Sí, claro. Aquí está mi vida, eso no lo puedo negar. Pero, algunas veces pienso que tenían y tienen razón en eso de que perdí la cabeza...
-¿Cómo? Entonces, ¿fue un error quedarte aquí?
-No, quiero decir que sí que perdí la cabeza, porque cuando tenía 20 años te conocí a ti y entonces comprendí que mi vida estaba aquí. Cariño, tú eres mi vida.

Y ella, sin palabras, sonríe. No sabe que hacer cual juego adolescente que recuerda a aquellos años cuando querían hacer todo lo prohibido. Ahora todo lo prohibido había sido permitido. <<Todo está perfecto>> pensó. Y es verdad. No les falta nada. Ni amor, ni vida, ni felicidad.

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